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Alan Dvorquez, Sgan Guizbar, Tnua Tzeirei Ami

En el cementerio judío de Varsovia- entre las tumbas grises, el moho y la humedad de Agosto- una cúpula semicircular corona el monumento dedicado a tres grandes de la cultura judía del siglo XIX. Tres grandes que lamentablemente se esfumaron de nuestra memoria colectiva. Sus nombres: I.L Peretz, J. Dinezon y S. Anski. A pesar de la suntuosidad de la sepultura, leer dichas inscripciones no me genera nada, son solo un volumen de roca, granito y metal insignificante, en medio de otras rocas aún más insignificantes. 

Es irónico pensar la situación, pero la realidad es que un Judío de la Diáspora, vuelve después de 80 años al país de sus antepasados, y se encuentra que todo lo que queda de esa cultura (o sea, su cultura) le es ajeno: El idioma, la escritura, las canciones y los relatos. Es como si la cultura judía sea solo los rikudim kibbutzianos (en hebreo), los poemas de Alterman o los relatos de Agnón. En algún momento, al escribir y enseñar nuestra historia, nos olvidamos de que había un mundo judío separado de Israel, o mejor dicho, antes del mismo. 

«Viajar a Polonia no es solo ver la muerte, si no entender lo que se perdió», esa frase se repetía mucho en la masá que hicimos por el Majón de Madrijim a Polin y a pesar de que es un sentimiento que comparto (el de poner el enfoque educativo más allá de la muerte) considero que reducir gran parte de la enseñanza de lo que fue la historia judía (o la cultura judía) de Europa del Este en algo que se “perdió en la Shoá” es injusto. No es tampoco un asunto del viaje en sí, hay que reconocer, entre ver tanta muerte, visitar tantos campos y leer tantos testimonios, no espero que alguien se pare a reflexionar acerca de los Yddishistas y su contribución. La solución entonces viene antes del viaje, en la forma en que nosotros, en la galut, analizamos y aprendemos ciertas partes de la historia de nuestro pueblo. 

Con el punto anterior surgen otros problemas, puesto que sería iluso afirmar que tenemos las herramientas fuera de Israel para enseñar de manera correcta esa historia ¡Con suerte sabemos algo de hebreo en la diáspora! ¿Empezar a estudiar el mundo del Yddish también? En mi familia, hace tres generaciones que no se habla la Mamme Loshen, las traducciones de las obras al inglés son escasas, y en mi experiencia, en español son casi imposibles de conseguir. 

Algunos podrían argüir que esta situación, por más que académicamente sea lamentable, en la práctica no es algo tan dañino ¡Tenemos Israel! ¿Para qué sirve estar estudiando la tan sufrida producción de la diáspora? Creo que esa forma de pensar es un claro ejemplo de cierta miopía histórica, porque, a mi consideración, la única forma de efectivamente  poder entender el surgimiento del movimiento sionista es por medio de comprender el contexto el cual pretendían romper. 

Para ser aún más claros, digo miopía histórica admitiendo que no hay ningún culpable evidente. Es como si la historia Judía fuera un bosque ¿Es culpa del observador no poder ver más allá de su horizonte? claro que no. Eso sí -en pos de la “honestidad académica”-es su responsabilidad buscar los lentes para corregir su visión. 

Esos lentes tienen una receta, que parte por reconocer lo que implica “la cultura yddish”: entender que eso era ser judío antes de que existería el país de los judíos, su lugar en la creación del “ser judío”, y dado que pertenecemos a tnuot judeo-sionistas en la diáspora, su impacto en la articulación de la revolución sionista. Hacer de su enseñanza un valor por sí mismo, y no un complemento al entendimiento de la Shoá. 

De esta forma, espero que cuando llegue el momento que el próximo madrij o madrija viaje a Polonia, un viaje esencial para poder enseñar de manera informada y correcta la Shoá  pueda acercarse al «Ohel Peretz», y con seguridad sepa darle el respeto que se merece. 

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