UNA NUEVA MANERA DE MIRAR Y ACTUAR EN Y DESDE EL PRESENTE Romi Morales
¿Qué pasaría si pudiésemos comenzar de nuevo, pero no desde la nada, sino desde un lugar más sabio, más justo, más solidario? Tener la oportunidad en algún momento de la vida de tomar todos los aprendizajes que hemos ganado a partir de la experiencia para, en base a ellos, tomar más y mejores decisiones en el futuro. Que lindo sería saber que podremos reiniciar el juego de la vida y que luego de hacerlo, ya conociendo mejor las reglas y a nosotros mismos, nos quedará más claro cómo jugar para ganar o, por lo menos, perder lo menos posible.
En Parashat BeHar se nos presenta precisamente un modelo de renovación cíclica. Allí, el descanso y la restitución no son una pausa pasiva, sino una oportunidad para reordenar desde la experiencia, para corregir lo que se ha desbalanceado y devolver posibilidades a quienes quedaron fuera del juego. No se trata de olvidar lo anterior, sino de retomarlo desde otro lugar. Esta propuesta que en la parsha es principalmente social y económica, tiene sin embargo un gran valor también en educación. Imaginemos: ¿Cómo sería nuestra práctica educativa si también se rigiera por estos principios? ¿Qué significaría este «volver a empezar» dentro de una lógica pedagógica cíclica y reflexiva? ¿Qué exigiría esto a la figura educativa? ¿Qué implicancias tendría esto para las personas en tanto individuos y para el grupo como un todo? ¡Acompañame a explorarlo! ¡Empezamos!
Shmitá, Iobel y lo que hay entre ellos.
Parashat BaHar, presenta un conjunto de reglas socioeconómicas profundamente revolucionarias. En primer lugar, se habla de laShmitá (Levítico 25:1–7), es decir, del año sabático en el que la Tierra de Israel debe descansar. Este descanso que permite que lo que crece naturalmente pueda estar disponible para todos (animales, extranjeros, etc), prohíbe, sin embargo, que se cultive y o coseche con fines comerciales. En segundo lugar, se presenta el Iovel, es decir el año de Jubileo (Levítico 25:8–24). Luego de haberse sucedido siete ciclos de siete años cada uno, se celebra en el año 50, el jubileo. Este año es muy especial, pues los esclavos hebreos son liberados y las tierras regresan a sus propietarios originales (también en la parashá se incluye una serie de reglas para asegurar que el proceso de venta y devolución de las propiedades sea justo). Lo interesante es que lejos de tomar estas situaciones como hechos consumados, la Parasha establece pautas para que la comunidad ayude a los más pobres para que no tengan que verse en la necesidad de venderse como esclavos y, en caso de que esto suceda, sea de publico conocimiento que esa persona tiene derechos que deben ser asegurados. En este sentido, parashat BaHar estimula relaciones económicas basadas en solidaridad y justicia y relaciones sociales basadas en la responsabilidad mutua y en la compasión.
Qué nos aporta esta parashá a quienes amamos educar
Para muchos, esta parashá puede resultar lejana, sin embargo, hay mucha sabiduría que se encuentra presente también en paradigmas educativos contemporáneos (como Educación Democrática) y que merecen ser analizados como herramientas para mejorar nuestra practica educativa actual.
En este contexto, podemos ver que básicamente, los mensajes que trae la parashá son tres.
- Ki Li ha’aretz» – “Porque la tierra es Mía” (Vayikrá 25:23)
El primer mensaje que es importante contemplar es el que, aunque trabajemos la tierra, ésta no es nuestra y por ende debemos entender que el poder sobre ella es limitado. En otras palabras: “No somos dueños del espacio físico incluso si tenemos control sobre él”. De la misma manera, el salón no es propiedad de quien educa. Aunque el educador sea quien planifica y organiza la propuesta educativa, la autoridad que tiene no lo convierte en propietario. Por ende, el espacio debe estar realmente abierto y disponible para el uso de todos los que lo habitan.
- “Porque Mis siervos son ellos… no serán vendidos como esclavos.” (Vayikrá 25:42)
El segundo mensaje importante es que, aunque alguien esté en una situación de dependencia, esa persona sigue siendo un sujeto de dignidad y no un objeto de posesión. En otras palabras: “No somos dueños de las personas que están en “nuestro” espacio físico, incluso cuando éstas deben estar ahí. Cuando trasladamos este principio a la educación, entendemos que esto es sumamente relevante, especialmente en el sistema escolar formal, donde la escolaridad es obligatoria y por ende la presencia física de los niños y jóvenes también. Entender que no somos dueños de nuestros aprendientes, supone renunciar a la fantasía de que ellos deben ver el mundo de la misma manera que nosotros y que deben actuar en el de la forma en la que nosotros les decimos que es mejor hacerlo. Entender que no somos sus dueños, supone renunciar a la idea que hemos de moldear su identidad y personalidad, para bien venir la opción de acompañarle en su constante y dinámico proceso de (re)conocimiento, (re)construcción y devenir autónomo y auténtico como ser humano.
- “Si tu hermano empobrece… lo sostendrás, para que viva contigo.” (Vayikrá 25:35)
Como todos sabemos la adolescencia no es una etapa sencilla. Si a eso le sumamos el impacto de la pandemia de covid, los cambios tecnológicos drásticos y constantes, la exigencia de perfección total y constante de sus pares y padres, podemos entender que nuestros jóvenes necesitan de figuras educativas que puedan sostenerlos cuando sienten que todo a su alrededor tiembla. Nuestros niños y jóvenes nos necesitan allí para que les mostremos lo que ellos mismos no siempre logran ver: que son valiosos, que son importantes, que son necesarios, que no es lo mismo cuando están a cuándo no y que, por ende, no solo que no hemos de renunciar a ellos, sino que queremos ser esas personas que acompañan el proceso de necesario de superar los malos momentos.
A modo de conclusión.
¿Qué pasaría si pudiésemos volver a empezar de cero también como figuras educativas? No para borrar lo hecho, sino para mirar lo recorrido con otros ojos.
¿Qué pasaría si pudiéramos ofrecerles a nuestros niños y jóvenes, una Shmitá simbólica, en la que tengan la oportunidad de ver lo que ellos pueden producir sin que nosotros lo exijamos y sin intenciones de sacar provecho de eso?
¿Qué pasaría si pudiéramos ofrecerles a nuestros aprendientes, un Iobel metafórico, en el que exista la oportunidad de liberarse de las etiquetas que los definieron en el pasado, para que puedan descubrir nuevas facetas de su ser, sin miedos y sin reparos?
¿Qué pasaría si pudiéramos asegurarles que la próxima vez sí estaremos allí, para sostenerlos y para acompañarlos, como ellos verdaderamente necesitan y no como nosotros creemos que necesitan ser acompañados?
¿Qué pasaría si nos animásemos a bajar del pedestal en el que nos ubicaron para construir un vínculo educativo que permita un encuentro humano y respetuoso donde el conocimiento se construya en conjunto y, sobre todo, dignamente?
Si todo esto pasara, sseguramente descubriríamos que no necesitamos un nuevo comienzo, sino una nueva manera de mirar y actuar en y desde el presente.