A 24 años del 11 de septiembre: Occidente sigue sin despertar

Statue of Liberty, New York under white and blue cloudy skies

Yuval Nemirovsky

Han pasado 24 años desde el 11 de septiembre de 2001, el día en que el mundo cambió para siempre. No fue solo un atentado contra Estados Unidos: fue un ataque directo contra los valores del mundo occidental. Hoy, más de dos décadas después, seguimos bajo amenaza, no solo del islamismo radical, sino también de sus aliados ideológicos en Occidente: el populismo progresista vacío, disfrazado de justicia social, pero con tintes autoritarios y una peligrosa cercanía al discurso comunista.

Basta mirar a Irán, Afganistán, Pakistán, Arabia Saudita, Qatar o Gaza para entender cómo estos regímenes o grupos actúan con odio, antisemitismo, y una opresión brutal hacia las mujeres y las minorías. Sin embargo, lo más alarmante no es solo lo que ocurre allí, sino cómo sectores supuestamente ilustrados de Occidente —universidades, ONGs, medios de comunicación— han caído en la trampa de su propaganda.

Millones de dólares provenientes de países como Qatar financian centros académicos que terminan siendo altavoces de una ideología que niega los derechos más básicos. Y los llamados “intelectuales” —los tontos útiles del siglo XXI— repiten sin cuestionar los relatos de estos regímenes, bajo la máscara de la inclusión y la diversidad.

Lo que hoy vemos en Europa es el resultado directo de esta ceguera: iglesias quemadas, barrios enteros controlados por normas religiosas, miedo a expresar ideas por temor a represalias. Estados Unidos, si no reacciona, va en el mismo camino.

Esta enfermedad ideológica ha infectado todos los niveles sociales. Gente educada, incluso amigos cercanos, justifican lo injustificable para mantener su lugar en círculos sociales “woke” o progresistas. Defienden causas que, en realidad, representan la opresión más brutal contra las mujeres, los homosexuales y los judíos. Y lo hacen en nombre de la justicia social, sin ver la contradicción.

Es hora de despertar. De dejar de proyectar nuestros valores —libertad, igualdad, derechos humanos— sobre culturas o grupos que no los comparten y, en muchos casos, los desprecian. El error más grave de Occidente ha sido esperar reciprocidad moral donde solo hay manipulación y doble estándar.

No se puede negociar con quienes no creen en la libertad. Y no se puede seguir justificando lo injustificable en nombre de la tolerancia.

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