El tercer círculo en conflicto – La guerra de narrativas

Por: Aarón Policar

El conflicto en Medio Oriente, especialmente cuando Israel actúa como actor principal, provoca reacciones en muchos países del mundo. Esto, inevitablemente, repercute en la seguridad y estabilidad de las comunidades judías e israelíes en dichas regiones.

Dentro de este conflicto, se despliegan diferentes niveles de confrontación, que podríamos imaginar como círculos concéntricos. En el primer círculo se encuentra el conflicto bélico: enfrentamientos entre fuerzas militares y organizaciones terroristas, desarrollados en zonas de guerra, con armas, tanques y artillería pesada. En el segundo círculo, el político, la confrontación ocurre entre presidentes, ministros, líderes internacionales, representantes diplomáticos, la ONU y otros organismos multilaterales. Sin embargo, el tercer círculo —el más difícil de abordar y, al mismo tiempo, el que puede generar mayor impacto— es el de las narrativas.

Hoy, muchas personas toman postura respecto al conflicto basándose únicamente en las narrativas que les presentan los medios de comunicación. Y estos medios, lo sabemos, no son neutrales. En este círculo, el arma más poderosa son las redes sociales. Por eso, la mayoría no construye su opinión desde un pensamiento crítico e informado, sino que la adopta desde lo que se le presenta y repite. Así, el campo de batalla más desafiante es el de las ideas, los relatos y las percepciones.

Para profundizar en el corazón de este artículo, es necesario entender cómo se libra esta guerra de narrativas. Las redes sociales son hoy el principal canal donde las personas forman sus opiniones. Y esto lo saben bien las grandes corporaciones tecnológicas. El producto que comercializan empresas como Meta (Facebook, Instagram), X (antes Twitter) o TikTok es nuestra atención. Por eso harán lo que sea necesario para mantenernos conectados el mayor tiempo posible. ¿Cómo lo logran? Hay varias razones, pero en este texto abordaré dos: la segregación de dopamina y las cámaras de eco.

Las redes sociales, acompañadas por la luz que emiten las pantallas de nuestros celulares, son fuentes inmediatas e inagotables de dopamina, la sustancia química que nuestro cerebro libera cuando experimentamos placer. Es la misma que se activa cuando reímos, tenemos un orgasmo o alcanzamos una meta difícil. Pero también puede generar adicción. Por eso, cuando estamos aburridos, ansiosos o queremos evadir una situación incómoda, buscamos refugio en el celular: deslizamos el dedo en TikTok, vemos historias en Instagram o navegamos por Facebook. Y por esa misma razón, muchas veces no podemos dormir después de haber tomado el celular en la cama: no queremos que termine ese momento placentero.

El segundo concepto clave son las cámaras de eco, que se generan por los algoritmos que nos muestran únicamente contenido con el que estamos de acuerdo, que nos resulta agradable y nos hace sentir validados. Así, las plataformas nos presentan solo lo que confirma nuestras creencias, ocultan lo que nos incomoda y priorizan el contenido de personas que piensan como nosotros. De esta manera, nos volvemos ciegos ante otras posturas. Todo lo que queda fuera de nuestra cámara de eco se vuelve intolerable, erróneo e incluso, hoy en día, cancelable. Y lo más importante de entender a las cámaras de eco es que comprendemos que quienes ven “otra realidad” no están locos ni desinformados. Simplemente viven en una cámara de eco diferente, alimentada por otras fuentes, otros videos, otras noticias y otras emociones.

La propaganda, más que una herramienta para opinar, es una herramienta para manipular, distraer de la realidad y definir las reglas del juego según los intereses del emisor. Los mensajes que se repiten en redes sociales, las frases en pancartas de manifestaciones, los slogans virales… todos estos son construidos con estrategia, claridad de objetivos y conocimiento profundo de la audiencia. No se puede comprender el tercer círculo del conflicto sin analizar cómo se construye la propaganda, cómo identificarla y cómo diseñar estrategias que contrarresten su efecto manipulador con narrativas genuinas y responsables.

Según Jowett y O’Donnell, en su libro Propaganda and Persuasion, la propaganda es:

“El intento deliberado y sistemático de dar forma a las percepciones, manipular cogniciones y dirigir el comportamiento para lograr una respuesta que promueva la intención deseada del propagandista.”

Esta definición deja claro que la propaganda no busca informar ni ofrecer una opinión más: busca dirigir percepciones, manipular emocionalmente y provocar acciones. Acciones que pueden ir desde compartir una publicación, hasta destruir propiedad pública o, en casos extremos, llegar al asesinato.

El principal recurso de la propaganda son las falacias lógicas:

«Patrones de razonamiento defectuosos que parecen persuasivos, pero que no siguen principios válidos de lógica» (Damer, T. Edward. Attacking Faulty Reasoning, 2012).

Estas falacias apelan a los sentimientos más profundos de la audiencia, por lo que una narrativa racional y bien argumentada es menos efectiva que una cargada de emoción.

Existen múltiples técnicas propagandísticas: glittering generalities, demonización del enemigo, deificación del líder, el menor de los males, card stacking, uso sesgado de estadísticas, entre otras. Cada una de ellas busca impactar a distintos segmentos de la audiencia a través de emociones o valores específicos. Nada en la propaganda es al azar. Todo está calculado, analizado y adaptado para influenciar a públicos muy bien definidos.

Cuando entendemos cómo opera la propaganda junto a los dos mecanismos que dominan nuestra atención en redes (dopamina y cámaras de eco), comprendemos el inmenso poder del tercer círculo del conflicto. Esta guerra de narrativas se retroalimenta sin pausa, mantiene a las personas atrapadas en sus propias cámaras de eco y condiciona sus percepciones y decisiones.

Si llegaste hasta aquí, ¡ya no tienes excusas!
Ahora tienes la responsabilidad de construir un pensamiento crítico e informado. Esto implica buscar fuentes diversas, exponerte a narrativas contrarias, y escuchar con atención activa. No basta con conocer “tu verdad”. Es necesario asomarse al otro lado de la moneda, al otro relato.

Si decides involucrarte en esta guerra de narrativas, estás obligado a romper cámaras de eco, crear mensajes que abran diálogo y construir narrativas de impacto que apunten a objetivos éticos y claros. Ya tienes una nueva herramienta, y con ella, una nueva responsabilidad.

Por último, recordemos que esta guerra de narrativas no es nueva y no terminará con el conflicto actual. Como usuarios de plataformas digitales y ciudadanos del mundo, debemos evaluar lo que publicamos. Antes de dar “clic” en el botón de compartir, pregúntate:

  • ¿Este contenido fomenta el diálogo entre distintas posturas?
  • ¿Está confirmada la información que estoy compartiendo?
  • ¿Estoy cayendo en una narrativa manipulada?
  • ¿Mi publicación aporta a la paz o al conflicto?
  • ¿Revisé otras fuentes con posturas distintas?
  • ¿Qué resultado final quiero ver en este conflicto?

La guerra de narrativas no solo ocurre en Medio Oriente: ocurre en cada uno de nosotros. Que tus palabras, tus publicaciones y tus acciones no sean solo una reacción… sino una elección consciente.

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